martes, 23 de enero de 2018

Doña Elena

“Porque, al final, la vida sigue. Y nosotros también.” 

Tres Marías, 27 de enero del 2017



En algún local de Tres Marías por ahí escondido, se desprendía el olor de las tortillas recién hechas, se respiraba una frescura típica de los días de enero y al fondo, se encontraba Doña Elena, descansando sus pies después de una ardua semana de vender pambazos.

La señora Elena no necesitaba mucho para transmitir alegría a quién la rodeara. La luz de la tarde le daba de lleno en la espalda y enmarcaba aún más sus ademanes bonachones. Con una simple sonrisa te invitaba a entablar una conversación.

Según me explicó, los pambazos son diferentes a la telera, ella los hace y los enchila con el típico chile guajillo, los deja orear toda la noche y los rellena de papa con chorizo, queso y crema. No tomó mucho tiempo para saber que tenía que comprarle uno.

 Quizá Doña Elena no lo sepa, quizá nunca tenga la oportunidad de leer estas palabras, pero gracias a las vueltas de la vida, pudimos coincidir ese 27 de enero de 2017 a las 3:38 pm (cabe aclarar que el 27 es mi número de la suerte, no sé si esto les diga algo); sin embargo, no es hasta hoy que me doy cuenta del trueque que se llevó a cabo entre nosotras dos. Ese día, yo recibí más que un pambazo. Y la señora Elena, más que 25 pesos.

Ella quizá no lo sabe aún, pero mujeres como ella dejan más que solo ganancias, o una familia que tenga qué comer por su esfuerzo y sus ganas. Pasan desapercibidas por treinta años, o tal vez más. Pero todos aquellos que pasan por ese localito “Antojitos la Mary”, tienen la oportunidad de congeniar con personajes como ella. De escuchar su historia, su lucha cotidiana por llevar pan a la mesa, sus logros a lo largo de la semana.


Personas como la señora Elena, que quizá pueden sentir como que pasan desapercibidas por la vida, son aquellas que mantienen viva la esencia misma de México. Me comentaba que desde incidentes como el de Ayotzinapa o el gasolinazo, las ventas habían bajado en la zona. Decía esto en un tono alegre, así como si fuera una circunstancia ajena a ella y a su sueldo.


Ahí radica la importancia de acercarnos a seres como Doña Elena. Compartimos los mismos sentimientos de decepción y admiración por un país como el nuestro. Ella bien dijo: “Esto es parejo, a todos nos chingan igual”. La vida no hace distinciones entre ricos y pobres.

 Según ella, no hay nada que consuma más a este país que el miedo. Miedo a no regresar vivo a tu casa o miedo a no poder sobrevivir a la crisis que nos sume a todos en la desesperación. No importa si tienes dinero o no. Todos hemos sentido miedo alguna vez caminando de regreso a nuestras casas.


Y es justamente en estos sentimientos que compartimos lo que nos da identidad. A pesar de las circunstancias y las experiencias individuales de cada uno, todos nos encontramos viviendo por la misma razón: porque hemos sabido mantener viva la esperanza, viva la idea de que al final, tiempos mejores vendrán con la luz de la mañana.

Por eso ella sale todos los días a intentar una vez más. “Nos vamos como llegamos, sin sueldos.” Pero eso no impide que siga “picando piedra todos los días, todas las semanas”.

Como ya mencioné, el decir que recibí un pambazo, y Doña Elena 25 pesos, se queda corto. En esos  minutos que conversamos intercambiamos más que solo eso. Me quedé con su historia y con su perspectiva de vida, un poco de su esencia y una imagen bien nítida de su sonrisa cálida. Algo que todos necesitamos de vez en cuando, una sonrisa que te asegure que, a pesar de las circunstancias, todo va a estar bien.

 Porque, a partir de ese día, si hay algo que aprendí de un ser como Doña Elena y se ha quedado conmigo hasta hoy, es que al final, la vida sigue. Y nosotros también.




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